sábado, 2 de agosto de 2014


 
Una tarde de enero del año 13 del segundo milenio, acudí al llamado de la luna.
Desde que era yo un infante, la luna me llama de vez en vez para saludarme, no necesito mirarla para saber que está ahí, solitaria en el cielo. Su sola presencia me grita, existe un vínculo eterno entre nosotros dos.
Esa tarde me llamó de una manera especial y presto acudí a su encuentro, por alguna extraña razón, algunas estrellas se alineaban para tomar una forma singular en el firmamento. Se habían ordenado de tal modo que formaban entre todas, algo que parecía un corazón.
Yo se que cuando esto ocurre en el cielo, es el presagio de que algo singular se presentará en mi vida. Por el momento, no supe de qué se trataba todo esto, pero de pronto sentí que en mi pecho se abría una puerta,  los cerrojos de un sitio que estaba reservado para ser llenado con un amor muy especial. Pero no atinaba yo entender,  qué sorpresa me tenía reservada el destino.
Pasaron tres meses y la respuesta aún no tenía significado alguno.
El primer domingo de abril, como es costumbre en casa, donde el primer domingo de cada mes, mis hijos casados nos visitan para comer, con sus parejas.  Silvia mi esposa,  se encarga de que ese día sea algo especial y grato para todos. Prepara una serie de platos y coloca a su especial manera la mesa, que verdaderamente  sabe darle un giro particular a un día que bien pudiera pasar como cualquiera.
De pronto, Diego, mi hijo mayor se levanta y pide la palabra para anuncia que pronto se estrenarían de padres, que su amada esposa Jakie, estaba esperando un hijo y que cursaba el tercer mes de embarazo.
Todos abrimos los ojos por la sorpresa y de inmediato, uno a uno abrazamos a los futuros y orgullosos padres para compartir su felicidad y desearles lo mejor  para la gestación y el parto.
Advertí, por segunda vez que mi corazón saltaba de gusto, que se empezaba a llenar de esa luz que solo un amor especial  puede emitir y provocar la singular emoción que sentía.
Ahora cobraba significado la alineación estelar. Un milagro del cielo estaba escribiéndose en el libreto de mi vida y esto me ponía especialmente feliz.
Pasaron los meses y una noche cercana al invierno, recibimos en casa una llamada, la
llegada del bebé anunciaba su arribo. Era el 19 de diciembre y muy cercanas las 12 de la noche.
Silvia y yo nos vestimos y prestos acudimos al hospital donde nacería mi nieta Ana Paula.
Llegamos a la clínica.
Sin que la recepcionista se diera cuenta, ni nadie en el lugar, le dejé mi solicitud de abuelo en su escritorio. Un par de horas más tarde me habían dado el visto bueno. Me acababan de dar el título de abuelo por primera vez en mi vida.
Mi corazón saltaba, desenfadado, de alegría mientras esperábamos conocer a Ana Paula.
Tenía la necesidad imperiosa de salir y ser  yo el que le llamara a la luna para agradecerle su gentileza y compartir con ella tanta dicha.
Salí y de inmediato me sonrió de una especial manera,  me iluminó con sus melancólicos rayos para que sintiera su abrazo y ser cómplice de la alegría que todo esto me causaba.
Tanta ternura, me ha vinculado más con la luna y desde ese momento ha arropado en su regazo
A mi nieta Ana Paula.
Así, que cada vez que miro por las noches al cielo, sé que de alguna manera, Ana Paula le está sonriendo a mi amiga.

                                                                                                      Salvatore*

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