Hay adioses que son solo una mano,
hay adioses que saben a promesa,
hay adioses que envuelven en tristeza
si aquel que dice adiós es nuestro hermano.
Hay adioses que son un tren en marcha,
adioses para siempre o por un rato
adioses cuya huella es un retrato
-se esfuman con el sol, como la escarcha-
Hay adioses que nos duelen… que nos matan
adioses sin razón, llenos de dudas
adioses como el beso, aquel, de Judas
que lluvia a nuestros ojos les desatan.
Hay adioses que son, lo que deseamos
un abrazo, borrón y cuenta nueva
dejar la mano, al fin, que se nos mueva
y del dolor así nos alejamos.
Hay adioses que son, duelo y motivo
de desatar rencor por la impotencia,
la negación de Dios, sin inocencia
en sentimiento cruel y primitivo.
Adioses que son bruma en el recuerdo,
adioses que se aceptan sin remedio,
adioses cuyo origen es el tedio,
adioses que son firma en un acuerdo.
Adioses que se ocultan bajo el suelo;
Porque todo es adiós, tarde o temprano.
-recuerda este final, del verso, hermano,
“que Dios es al adiós, paz y consuelo”
Salvatore*
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